– Por Rosa Aboy-
El Gobierno de la Ciudad está impulsando la reforma del actual Código de Planeamiento Urbano para dotar de un nuevo marco normativo a la gestión urbanística de la Ciudad. El objetivo declarado es el de “devolver la homogeneidad al tejido urbano de Buenos Aires, generar las condiciones para una mejor convivencia entre las distintas actividades y proponer una densidad poblacional adecuada”. El borrador completo y el plano con la propuesta de nuevas zonificaciones pueden descargarse en la página oficial del Gobierno porteño.
Para obtener los necesarios consensos, los responsables de la iniciativa han presentado las propuestas ante distintos auditorios de las comunas, representantes de la sociedad civil, urbanistas, arquitectos, ONGs, legisladores, etcétera, cosechando gran cantidad de interrogantes, adhesiones y críticas. En líneas generales, existe un consenso entre planificadores, arquitectos y urbanistas acerca de que el actual código es obsoleto y no responde al espíritu de la Ley No 2930 del Plan Urbano Ambiental, que fijó los lineamientos para el crecimiento urbano. Como puntos destacados, la actual propuesta elimina el uso del FOT y las tangentes, como herramientas para determinar qué se puede construir, reemplazando esos instrumentos por volúmenes de edificación permitidos. Plantea, además, la mezcla de usos en toda la Ciudad, en contraposición a las antiguas zonificaciones.
El proyecto fija el criterio de consolidar mayores alturas y mayores densidades en los corredores de tránsito, como las avenidas, y que presentan hoy demasiadas diferencias en la altura de las edificaciones que las flanquean. En síntesis, el nuevo código promueve una ciudad con alturas más parejas, con menos “medianeras a la vista”. Esta propuesta de una morfología edilicia más homogénea, implica una ciudad con mayor densidad y más compacta, es decir con mayor cantidad de habitantes.
La mixtura social en el espacio genera sociedades menos fragmentadas desde el punto de vista socio-cultural y en tal sentido, la vivienda es un dispositivo integrador para evitar la proliferación de emprendimientos socialmente segregados
Pareciera adecuado densificar la ciudad siguiendo la lógica de mayor desarrollo urbano en las arterias con mayor abastecimiento de transporte público para los usuarios, es decir consolidando las avenidas. Una ciudad moderadamente densa es más sustentable, entre otras razones porque el transporte público y los servicios urbanos son más eficientes y económicos si abastecen a un importante flujo de usuarios, y porque el completamiento volumétrico es el mandato fundamental del Plan Urbano Ambiental. No obstante, este recurso necesariamente deberá acompañarse con la infraestructura de servicios públicos adecuada para el crecimiento propuesto, garantizando el abastecimiento y la calidad de servicios a los viejos y nuevos habitantes.
Como en toda modificación que afecta a la constructibilidad de la tierra urbana y sus usos, la sanción de un nuevo código urbanístico tendrá ganadores y perdedores. Habrá vecinos que verán incrementado el valor de su propiedad, porque en igual terreno podrán construirse mayores superficies y alturas, mientras que otros podrían ver reducidas algunas potencialidades constructivas, con la nueva norma. Como en toda política pública que afecta al suelo y la capacidad constructiva, sólo la primacía del bien común – orientada a dar por resultado una ciudad más sustentable, policéntrica, socialmente equitativa, integrada y saludable – puede llegar a minimizar los desequilibrios que todo cambio normativo introduce. De igual modo, los poderes públicos deben prever mecanismos para amortiguar el impacto de estos cambios sobre los sectores vulnerables y quienes vean restringidos derechos preexistentes.
Pensamos que el código propuesto debería tomar en cuenta un problema grave de Buenos Aires, como es la saturación de usos específicos. En los casos de barrios como por ejemplo, Las Cañitas o Palermo Soho, proliferan restaurantes, bares de cerveza artesanal, bares de tapas y tragos, que con su amontonamiento de gente en la vereda, basura, congestionamiento de tránsito y ruidos, provocan la expulsión de vivienda y dejan áreas de difícil reconversión futura. Algo similar sucede con la saturación de comercio en arterias como la Av. Avellaneda, donde se ha destruido el tejido residencial. Debe tenerse en cuenta que el setenta por ciento (70%) del tejido de las ciudades es vivienda y en tal sentido, creemos conveniente que el nuevo código mantenga el uso residencial en proporciones sustentables para la vida urbana, en los diferentes barrios, evitando la saturación de usos expulsivos de la vivienda.
En el nuevo código se hace mención a la urbanización del Barrio 31, iniciativa sin duda necesaria, pero no suficiente en relación con los déficits que aún subsisten. Tal vez, sería beneficioso incorporar algún porcentaje de vivienda de ayuda estatal en las grandes áreas de desarrollo residencial, como un recurso para materializar una ciudad socialmente más integrada, tal como emanaba del mandato del Plan Urbano Ambiental. La mixtura social en el espacio genera sociedades menos fragmentadas desde el punto de vista socio-cultural y en tal sentido, la vivienda es un dispositivo integrador para evitar la proliferación de emprendimientos socialmente segregados.
Finalmente, es llamativa la ausencia de normas que tengan en cuenta a la región metropolitana, de la cual la Ciudad de Buenos Aires forma parte, pues muchas políticas urbanas en relación con el transporte, el espacio público, la accesibilidad al empleo, la educación y otros equipamientos de escala metropolitana, deben pensarse frente a la realidad de una ciudad que si bien tiene menos de tres millones de residentes, recibe a numerosos habitantes de los municipios del AMBA, que de lunes a viernes trabajan o estudian en la capital. Un estudio del año 2014 determinó que el 47,8% de los puestos de trabajo de la Capital Federal eran ocupados por residentes de los distritos del conurbano bonaerense. Desde todo punto de vista, la mirada de escala metropolitana resulta necesaria a la hora de elaborar políticas urbanas, orientadas a transformar a Buenos Aires en una ciudad aún más eficiente, equitativa y sostenible.